La generación del ‘Boing’ de triangulito está atrapada en ‘Nadie nos va a extrañar’

La época de ‘Siempre en Domingo’, Verónica Castro, Paco Stanley. La serie que tiene prendidos a los viejos ‘millennials’ usa las herramientas actuales para contar los años noventa. Podemos dejar de pretender que nacimos con Dostoievski bajo el brazo, que íbamos a la Cineteca a ver las películas de Truffaut desde el kínder, que “Stairway to Heaven” era la canción de cuna que nos arrullaba. A los hoy treintones y cuarentones nos educó la televisión. Nuestra verdadera lengua franca era –y todavía es, la verdad– Siempre en Domingo, las primeras temporadas de Los Simpson y los múltiples programas de Paco Stanley. Por supuesto que existían niños que presumían, muy orondos de superioridad moral y aburrimiento, que no había tele ni videojuegos en su casa. Pero bien que se escabullían los domingos muy temprano a ver Chabelo o a echarse una reta de Street Fighter en el Super Nintendo cuando no estaban siendo vigilados. En el extremo opuesto del privilegio televisivo, había quienes no solo tenían Cablevisión en casa, sino… ¡antenas parabólicas! Raúl Velasco en ‘Siempre en Domingo’, uno de los programas más populares de los años noventa (Instagram) Para el promedio de los mortales clasemedieros de los noventa, los rayos catódicos –y la amenaza de que éstos nos dejarían ciegos si nos acercábamos demasiado a la pantalla de la tele– marcaron el ritmo de nuestros días: el rumor del noticiero matutino mientras desayunábamos, el maratón de caricaturas en la tarde (solo interrumpido por nuestro peor enemigo: ‘Partidos políticos’, el tiempo destinado a los spots en la tele abierta), la telenovela estelar de las nueve, el noticiero de la noche que ya nos daba sueñito. A algunos, los más afortunados, nos dejaban ver el ‘late night’ de Verónica Castro o incluso, cuando había temas como el Nintendo, el programa de Nino Canún. La tele era nuestra niñera porque las calles estaban llenas de amenazas y peligros: secuestros exprés, combis desbocadas, la contingencia ambiental que se medía en “imecas” y mataba pajaritos, el chupacabras, policías judiciales que circulaban en camionetas sin placas y vidrios polarizados, aguas frescas contaminadas con la bacteria del cólera. La Ciudad de México, o más bien el Distrito Federal, era conocida como “El Defectuoso” de manera nada irónica. Ah, qué tiempos. No me voy a quejar de lo que nos tocó vivir, pero… procede a quejarse Esa misma televisión no sólo normalizó, sino que tatuó en nuestros cerebros suavecitos el clasismo, el racismo, la gordofobia, la homofobia, la transfobia y la misoginia que hoy todavía arruinan vidas. Nos dijo que solo las personas blancas, delgadas, heterosexuales y bien portadas merecían aparecer en la pantalla, y que cualquier variación sería castigada con escarnio. La crueldad que veíamos en la tele la replicábamos irreflexivamente, en parte como mecanismo de defensa, y también porque el pensamiento crítico no se había inventado todavía, por más que en las clases de Historia y Filosofía nos dijeran que sí. ¿Aristóteles? ¿Kant? Nah, ¡El Burro Van Rankin y Esteban Arce! La televisión mexicana no representaba la realidad de sus audiencias. (Foto: Simón Serrano) La tele imponía una forma de ser única en la que, paradójicamente, nadie encajaba en la vida real. La tele no nos representaba y, en vez de exigir que lo hiciera, hacíamos acrobacias mortales para intentar emular lo que aparecía en ella. Por eso,Nadie nos va a extrañar la está rompiendo , se está hospedando sin pagar renta en los corazones de los viejos ‘millennials’ mexicanos. Porque usa las herramientas, las ideas y los conocimientos actuales para contar lo que muchos vivimos ayer. Lo bueno, lo malo y lo feo. Una serie sobre cuatro ‘tetazos’ ‘Nadie nos va a extrañar’ estrenó en la plataforma de streaming Amazon Prime Video | Cortesía A principios de agosto se estrenó en Prime la serie mexicana Nadie nos va a extrañar, creada por Adriana Pelusi (Control Z, Amor y matemáticas) y Gibrán Portela (Güeros). Sigue a cinco adolescentes chilangos que estudian en una prepa privada, ni tan fresa ni tan ruda. La historia ocurre en 1994, ese año al que le seguimos dando vueltas porque el país se puso patas arriba: el levantamiento del EZLN, los asesinatos al candidato Luis Donaldo Colosio y al secretario general del PRI (y cuñado del presi Salinas), José Francisco Ruíz Massieu, la entrada del Tratado de Libre Comercio y, para rematar, el “Error de Diciembre”, la crisis económica. Otras series y películas mexicanas han repasado e intentado desentrañar los grandes acontecimientos sociopolíticos de aquel año, pero ¿cómo eran las vidas cotidianas? ¿Cómo fueron los días en que no fuimos a la escuela, luego de que le dispararon a Colosio? ¿Qué hacíamos un martes a las cuatro de la tarde… aparte de ver la tele? Treinta años después, Nadie nos va a extrañar escarba en la memoria colectiva de la clase media chilanga para recrear aquellos tiempos a través del microcosmos de un grupo de rechas, cuatro tetazos y un exfresa redimido que ahora es rudo-pero-buena-onda. Una serie que empieza muy ‘jijijí’ y ‘jajajá’ y que se va poniendo oscura y dolorosa conforme avanzan los capítulos. Como la adolescencia, pues. ‘Nadie nos va a extrañar’ apela a la nostalgia colectiva de la vida cotidiana de los noventa | Cortesía Nadie nos va a extrañar toca temas que, en los noventa, igual que el pensamiento crítico, no existían en la tele nacional, es más, eran tabú: el bullying, lo problemático del amor romántico, hablar de homosexualidad y la salud mental, el adultismo, relaciones sexuales que no eran un big deal y no terminan en embarazos no planeados o infecciones incurables o muerte y destrucción o todas las anteriores. Y que hoy sabemos que hubieran hecho la diferencia para muchos de nosotros que no éramos ni populares ni ricos ni modelos. Obviamente no retrata la experiencia universal. Nadie nos va a extrañar deja afuera lo que pasaba en otros bachilleratos, como las escuelas técnicas y los conaleps, o incluso las de la UNAM, que al final de aquella década sufrieron un intento…

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